martes, 18 de marzo de 2008




SUEÑO ROMPECABEZAS (Frankenstein petit chéri) Por David Leo García

Atreverse a crear, no de la nada sino desde el todo. Desmontando, arrebatando piezas al caos para formar un cosmos. Hablarle al miembro arrancado del cuerpo del que formó parte. Diseccionar nuestros impulsos, que son sólo carne, materia tan bien organizada que acabará destruyéndonos. Sentarse frente al puzzle que nos resume, y encajar a martillazos las piezas imposibles. Destrozar el cosmos obtenido para amar un nuevo caos.







A estas ideas, entre otras, nos remite el nuevo trabajo de Pablo Alonso Herraiz, Frankenstein petit chéri, con la que logra una nebulosa bien delimitada, extraña para nosotros pero en el centro de nuestra conciencia, llena de ensoñaciones particulares pero también de mitos imperecederos, aplicables a nuestro tiempo más que a ningún otro: mientras en el papel couché de una revista se debate acerca de si es ética la clonación, o si será posible la creación artificial de vida, aquí Herraiz nos traslada a un XIX donde el moderno Prometeo resultaba castigado por su propia potencia, inferior a la de un dios que él había inventado para procurarse una tortura eterna.






Imágenes atropelladas, el arte se compone de sucesos simultáneos, sincronizados, euforia que coincide con desolaciones, la merienda contigua a la habitación del loco: todos los sucesos son simultáneos, todos los hechos históricos ocurren a la vez, y ahora mismo se reúnen en la Villa Diodati lord Byron y su médico Polidori con Shelley y su prometida (manos delicadas que dieran a luz al engendro), y todavía avanza otro médico llamado Jeckill, que al percibir su pánico se convierte él mismo en pánico, y acto seguido el Golem regresa al barro del que nos formó, mezclado con alientos, el dios de los judíos, y en este instante mismo se encuentra en Auschwitz el doctor Mengele cosiendo las venas de los niños, no queda tiempo hay que experimentar sin pausa. Toda la humanidad reposa como estiércol sedimentado en el inconsciente y en ocasiones se atreve a servir de abono para la flor recóndita de una idea.







De pie ante los sucesos, sabiendo que nada sucede, el artista se acopla su máscara para situarse frente a un espejo, aplicar en él los pigmentos con los dedos hasta reproducir una cara que le sea tan ajena como la propia, como el que colorea en la piedra de una cueva las formas de sus pretensiones, búfalo, ciervo, mujer, muerte, y acabar no sabiendo si es más monstruosa la piedra o la mano que en ella ha dibujado.



Atardecen los siglos, y el vacío es un niño de uniforme, con un vínculo mental que no llega a realizarse, error fatal al intentar la conexión. Siempre la Historia es vuelta a comenzar.






Herraiz manipula las conciencias creando en ellas sombras chinescas con sus dedos de cirujano. Sólo queda seguir. Despertarse y terminar con lo que se dejó a medias: la muerte que continúa.





sábado, 17 de noviembre de 2007

martes, 6 de noviembre de 2007